El pasado 9 de abril, Antonio Garamendi, presidente de la CEOE, planteó la idea de que los trabajadores perciban íntegramente su salario mensual y sean responsables de ingresar sus propias cotizaciones a la Seguridad Social. Actualmente, una parte significativa de estas cotizaciones las cubre la empresa y no se reflejan en las nóminas de los trabajadores. Esta propuesta busca promover la transparencia al hacer conscientes a los trabajadores de su contribución al estado.
Sin embargo, esta medida ha generado descontento entre algunos sectores de la población española, incluido el ministro de Derechos Sociales, Pablo Bustinduy. Argumentan que, si se busca transparencia, también debería reflejarse en las nóminas la parte de valor añadido que el empresario obtiene a partir del trabajo del empleado, es decir, la plusvalía.
Este concepto, arraigado en la creencia de que el empresario retiene parte de lo que el trabajador produce para sí mismo, es ampliamente aceptado en la población general y tiene sus raíces en la filosofía marxista. Sin embargo, ¿es cierto que el empresario obtiene una plusvalía a expensas del trabajo del empleado? En otras palabras, ¿el empresario se apropia de una porción de la producción del trabajador sin haber contribuido a ella? Para abordar estas interrogantes, es fundamental comprender de manera general los principios marxistas.
En la teoría Marxista, el valor de un producto no se deriva simplemente de los materiales utilizados en su producción, sino del trabajo humano que se invierte en él. Marx sostenía que el trabajo humano era la única fuente de valor en la economía. Según esta perspectiva, solo el trabajador aporta valor a los productos producidos, mediante su esfuerzo físico o intelectual en el proceso productivo.
Este punto es crucial para entender su análisis de la explotación en el capitalismo. Marx argumenta que los capitalistas obtienen sus ganancias al pagar a los trabajadores menos del valor de su trabajo, ya que todo el nuevo valor lo generan estos últimos. La discrepancia entre el valor creado por el trabajador y el salario que recibe se traduce en plusvalía, que es la base del beneficio capitalista. De esta manera, el control de los medios de producción por parte de la burguesía permite la apropiación de esta plusvalía, lo que perpetúa la explotación de los trabajadores en el sistema capitalista.
Este enfoque subraya la importancia del trabajo en la creación de valor y resalta la explotación inherente al sistema capitalista, donde los trabajadores, a pesar de ser los únicos que generan riqueza, no reciben una compensación justa por su contribución.
Una vez esclarecido este contexto, buscaremos discernir la veracidad de los postulados marxistas y las creencias del ministro de Derechos Sociales. Para ello, es crucial abordar dos aspectos fundamentales. En primer lugar, debemos analizar quién es el responsable de la producción de la mercancía, es decir, si tanto el trabajador como el capitalista participan en el proceso productivo o si, por el contrario, es exclusivamente el trabajador quien genera el valor en dicho proceso. Posteriormente, examinaremos la distribución de las ganancias entre el trabajador y el empresario una vez el bien es producido y vendido en el mercado.
¿Es exclusivamente el trabajador quien aporta valor al proceso productivo, o tanto el trabajador como el empresario contribuyen al mismo?
El capital, sin la labor del trabajador, no puede generar producción alguna. Sin embargo, el trabajador, si no cuenta con el respaldo del capital, apenas podría producir lo mínimo para subsistir. Por ejemplo, en el campo, un trabajador que labra la tierra con sus manos, sin utilizar ningún equipo proporcionado por el capitalista, estaría limitado en su capacidad de producción y rendimiento, mientras que si usará un tractor proporcionado por el capitalista su producción aumentaría considerablemente. Así, ambos son interdependientes y actúan como factores complementarios en el proceso de producción. Se unen para crear bienes, y una vez estos son vendidos, las ganancias se reparten entre ellos. La cooperación en este proceso es fundamental, ya que, sin ella, o bien no se produciría nada, o la producción sería considerablemente menor. De esta manera, la colaboración resulta beneficiosa, impulsando una mayor productividad en el proceso.
Se podría argumentar que el trabajador podría proporcionar los medios de producción por sí mismo. Podría construir un tractor y usarlo él mismo, de tal manera que posteriormente fuera igual de productivo que trabajando para un capitalista. Pero esto, conlleva unos riesgos y unas desventajas. Por eso mismo, el capitalista le proporciona al trabajador esos medios de producción bajo tres condiciones ventajosas: el tiempo, el riesgo y la información1:
Tiempo: El capitalista crea esos medios de producción con cargo de su propio ahorro por lo que, el trabajador no tiene que retrasar su consumo para producir. Es decir, no tiene que ahorrar durante 5, 10, 20 años para tener acceso a esos medios de producción, de tal forma que no hace falta que sacrifique su nivel de vida presente. Mientras que el capitalista, ha sacrificado su bienestar pasado para obtener un mayor bienestar en el presente. Esto es a lo que se llama coste de oportunidad y es lo que el capitalista ofrece a los asalariados en términos de tiempo. Los trabajadores no tienen la necesidad de esperar años para crear sus propios medios de producción, sino que el capitalista se los proporciona, de tal forma, que son productivos desde el primer instante.
Riesgo: El capitalista se encarga de asumir los riesgos inherentes al proceso de trabajo, lo que implica comprometer su tiempo y recursos, ya que existe la posibilidad de que las mercancías no se vendan, lo que podría resultar en una pérdida de capital. En contraste, el trabajador no corre este riesgo, ya que simplemente vende su fuerza laboral y recibe su compensación. Algunos trabajadores, aunque tengan la capacidad, no están dispuestos a arriesgarse a que el proceso de trabajo en el que invierten fracase. En este sentido, es el capitalista quien absorbe los riesgos asociados al proceso de trabajo, de manera similar a cómo funciona un seguro.
Información: El capitalista desempeña un papel crucial al aportar información relevante. Suministra medios de producción que resultan útiles para terceros, y posee el conocimiento necesario para determinar su valor para otros. Además, ofrece orientación sobre cómo dirigir el proceso productivo y cómo maximizar la producción, gracias a su comprensión detallada de la organización de los procesos productivos. En resumen, el capitalista no solo proporciona los recursos físicos, sino que también aporta información estratégica fundamental para el éxito del proceso productivo.
Estos tres puntos ilustran la contribución del capitalista al incremento de la productividad del trabajador. Por tanto, a pesar de las perspectivas de Marx y de muchos en la actualidad, el capitalista efectivamente agrega valor a la producción. Esto se fundamenta en el sacrificio del tiempo, asunción de riesgos y compartición de información, elementos cruciales para la creación y producción de bienes, más allá de su mera aportación de capital.
Ya hemos visto como tanto trabajador como capitalista son fundamentales en el proceso de producción de un bien ya que son factores complementarios que han de unirse para maximizar la producción de mercancías.
Ahora abordaremos la segunda cuestión: una vez que las mercancías han sido producidas y vendidas en el mercado, surge el interrogante sobre cómo se distribuyen las ganancias entre capitalistas y trabajadores asalariados.
¿Podría estar el capitalista obteniendo una parte excesivamente grande de las ventas de los productos en relación con su contribución real?
Según la teoría marxista, el capitalista ejerce su autoridad en la determinación de los términos de la distribución productiva debido a su poder inherente. En consecuencia, paga a los trabajadores lo mínimo necesario para reproducir su fuerza laboral, reteniendo todo excedente en forma de plusvalía.
¿Por qué el capitalista posee esta capacidad de negociación?
La suposición de que el capitalista mantendrá la ventaja y el mayor poder de negociación se deriva de la creencia de que existe una abundancia de trabajadores dispuestos a emplearse en comparación con la cantidad limitada de capitalistas dispuestos a contratar. Esta dinámica se ilustra a menudo mediante el concepto del "ejército industrial de reserva". Por lo tanto, se deduce que el capitalista tiene la posición dominante en esta relación, dada la aparente disponibilidad abundante de mano de obra en comparación con la demanda de empleo. Es decir, nos encontramos ante un problema de oferta y demanda.
Entonces, observemos que no es la propiedad de los medios de producción lo que confiere al capitalista un mayor poder de negociación. Lo que realmente le otorga este poder es la suposición de que la oferta de trabajadores “siempre” superará a la demanda de trabajadores. Esta dinámica se asemeja a los mercados monopsonistas que expliqué en el artículo sobre el salario mínimo2.
No obstante, si el ejército industrial de reserva llegara a desaparecer, los capitalistas entrarían en competencia entre sí por la contratación de trabajadores, lo que conllevaría a un incremento en los salarios, siguiendo así la ley de oferta y demanda. Por ende, todo esto está más ligado a la presión, o ausencia de ella, en el mercado laboral que al control de los medios de producción. Además, en el caso de que la oferta de trabajadores sea menor que su demanda, los trabajadores tendrían todo el poder de negociación y podrían quedarse con una parte de lo que producirían los capitalistas.
Lo que deberíamos hacer es evaluar si existe un mercado laboral tensionado o no, es decir, si la oferta de trabajadores es superior a la demanda o viceversa. Para ello, examinaremos los datos de desempleo de diversos países y determinaremos si, como sugiere la teoría marxista, existe un ejército industrial de reserva, es decir, si hay una gran cantidad de trabajadores desempleados, lo que otorgaría el poder de negociación salarial a los empleadores.
En la tabla de arriba, observamos que el porcentaje de desempleo oscila entre un 2.5% y un 13.2%, y en muchos países no llega ni al 5%, por lo que parece indicarnos que el ejército industrial de reserva del que habla el marxismo no existe.
El índice de empleo en Estados Unidos se sitúa en un 3.8%, lo que sugiere un mercado laboral relativamente eficiente, caracterizado por regulaciones que no afectan negativamente a la productividad. En el gráfico que sigue, se presenta la evolución de la productividad por hora trabajada en términos reales en dicho mercado.
Observamos que la compensación en términos reales por hora trabajada se ha triplicado desde 1950. ¿Podría esto ser atribuible a la generosidad de los empresarios? Lo dudo mucho. ¿Podría ser resultado de la lucha sindical? No lo creo, dado que en Estados Unidos la presencia sindical ha disminuido considerablemente a lo largo de los años. ¿Podría ser debido al incremento del salario mínimo? Este, ha estado congelado durante mucho tiempo. Por lo tanto, la opción más plausible es que, debido a la competencia entre capitalistas para contratar trabajadores, no les ha quedado más opción que aumentar los salarios.
Otro de los datos que podemos tener en cuenta para saber si el capitalista se queda con parte de lo producido por el trabajador es comparando la productividad de los trabajadores con la compensación real de estos mismos. En el siguiente gráfico observamos como ambos vectores van de la mano.3
Lo que inferimos de está grafica es que no hay ningún desacople entre productividad y compensación. Por lo que, al menos, en Estados Unidos, una economía con un mercado laboral funcional no existe la llamada plusvalía de la que tanto se habla. Estos datos coinciden con la teoría económica que hemos explicado previamente y aunque deberíamos de analizar país por país, podríamos intuir que lo mismo ocurre en países cuyo mercado laboral es funcional, que son la gran mayoría de países occidentales. Sin embargo, podría suceder que, en mercados disfuncionales, donde la oferta de trabajadores sea considerablemente mayor que la demanda, los capitalistas se aprovechen de esta situación y se adueñen del trabajo de los empleados en forma de plusvalía.
Veamos ahora el caso de un mercado laboral mucho más tensionado y disfuncional como sería el mercado laboral español, donde el desempleo siempre ha estado oscilando entre un 10% y un 20%.
En el gráfico, se representa la productividad nominal por hora trabajada y los salarios nominales por hora trabajada. La productividad nominal se calcula como el PIB nominal dividido entre el número de horas trabajadas en España, mientras que la otra serie representa las rentas salariales dentro del PIB dividido por horas trabajadas. Desde 1995, no se observa una brecha significativa entre ambas series. Durante algunos años, los salarios crecieron más rápido que la productividad, especialmente durante la burbuja económica de España, mientras que, en otros años, los salarios aumentaron a un ritmo más lento que la productividad, como durante la reestructuración económica tras las crisis de 2008 y 2012. Sin embargo, para 2020, ambas series habían convergido nuevamente hacia su tendencia histórica.
¿Cómo es posible que no haya surgido una brecha significativa entre la productividad y los salarios en España, a pesar de un mercado laboral disfuncional? Según la teoría económica, esperaríamos un aumento en la brecha entre ambas medidas debido a la amplia oferta de trabajadores en comparación con la demanda. Este fenómeno podría atribuirse a los incrementos en el salario mínimo y a los aumentos salariales acordados con los sindicatos. En tales circunstancias, la intervención regulatoria por parte del Estado podría justificarse, si bien sería necesario examinarla con mayor detenimiento. No obstante, este artículo no tiene como objetivo profundizar en dicho análisis.
Después de considerar todos estos aspectos, nos tendríamos que plantear la siguiente pregunta ¿Cómo es posible que los salarios en España se hayan estancado a pesar de la correlación entre la productividad y los salarios? La respuesta es bastante clara, como se refleja en el gráfico que acompaña este análisis. La productividad en España apenas ha experimentado crecimiento desde 1995, lo que significa que ha permanecido prácticamente estancada durante casi tres décadas. Esta situación es la principal causa de que los salarios no hayan aumentado en los últimos años, y no a que los empresarios estén apropiándose de una parte de la producción de los trabajadores.
En resumen, los capitalistas aportan valor al proceso productivo mediante la gestión del tiempo, el riesgo y la información y a pesar de lo que popularmente se diga los empresarios no explotan a los trabajadores debido a que sean dueños de los medios de producción, sino que su situación de superioridad depende de las dinámicas del mercado laboral. Cuando la oferta de trabajadores supera o no alcanza la demanda, los empresarios pueden beneficiarse de su posición dominante, obteniendo una parte desproporcionada de la producción. Asimismo, en situaciones de escasez de trabajadores, estos pueden aprovecharse de los empresarios. En situaciones donde los capitalistas poseen una posición dominante, como podría suceder en ciertos sectores en España, es cuando las regulaciones para proteger a los trabajadores como por ejemplo, el salario mínimo, podrían justificarse, pero siempre habría que estudiar las consecuencias y no pensar que siempre son necesarias, ya que una excesiva regulación puede llevar a que se tenga un mercado laboral disfuncional, como es el caso de España.
Anti-Marx: Crítica a la economía política marxista - Juan Ramon Rallo.
soy torpe , al final no he entendido lo de productividad ycongelación de salarios, cual es la causa ??